23.7.06

Deportes de aventura


Ayer, después de 5 años diciendo: “este año sí”, por fin pude tachar otra cosa de mi lista de pendientes: hacer rafting.

A pesar de que esta actividad la queríamos hacer un grupo de amigos bastante numeroso (8 personas), finalmente sólo fuimos 3. Salimos de Barcelona a las 7:30 de la mañana, rumbo a Llavorsí. Llevábamos toda la semana discutiendo sobre el punto de salida, pero al final se impuso lo que a mí me parecía más lógico, salir desde casa de la persona que llevaba el coche (no soy yo, por cierto).

Nada más intentar salir de Barcelona, en la primera elección de carreteras, primera equivocación. La copiloto y yo no nos lo podíamos creer. Nos despistamos un segundo y la conductora se equivoca. Ahí empezaron los primeros roces del viaje: la copiloto diciendo que tomáramos un camino alternativo (que nadie había mirado pero que sobre el mapa parecía igualmente válido), yo diciendo que diéramos media vuelta y que volviéramos exactamente al punto de partida. No me bajé del burro por dos motivos: mi sentido de la orientación es pésimo, así que prefería ir por donde habíamos decidido de antemano y la segunda es que la persona que iba de copiloto siempre quiere tener la razón y su argumento suele ser subir el volumen de su voz. Ante eso yo no doy mi brazo a torcer.

Finalmente volvimos al punto de partida y seguimos el viaje, esta vez sin equivocarnos. Durante todo el trayecto estuve bastante apagada, en parte porque ellas dos hablaban de cosas sobre las que yo no podía opinar y en parte porque me di cuenta que la copiloto grita un huevo y el sonido de su voz me taladra un montón.

Respecto a la ruta, todo iba bien más o menos hasta llegar a unos 50 km de Sort. Entonces debíamos coger una vía menos principal que la que llevábamos hasta el momento. Resultó ser un calvario. Curvas y más curvas. La piloto que me pregunta que cómo iba y yo que le contesto: “aguantando” (yo me refería a las ganas de vomitar, pero ella entendió que no me mareaba, no se puede ser escueta...).

Al final, pese a las equivocaciones en la ruta y los 50 km de curvas, llegamos con tiempo suficiente, pagamos la tarifa y nos enfundamos en los trajes de neopreno. Yo tuve suerte y me dieron un traje nuevecito y que además no me costó nada ponerme. Una lástima que no hubiera espejo en el vestuario, la verdad es que me moría de ganas de saber cómo me quedaba puesto, pero me tuve que esperar a ver las fotos.

Quizás parezca extraño, pero al ponerme el traje de neopreno pensé en si la sensación que tienes al ponerte un traje de cuero debe ser la misma (supongo que no, porque la textura debe de ser totalmente diferente). ¿Y la sensación al ponerte un traje de látex, tipo X-men?

Una vez con los trajes puestos, reparto en los botes y primeras indicaciones sobre lo que tendríamos que hacer una vez en el agua. Ante la pregunta de qué dos personas querían ser capitanes del bote, que irían delante, únicamente dos voluntarias: una servidora y otra chica que ya había hecho rafting anteriormente (y yo que me pensé que habrían tortas por ir delante...).

El trayecto, de unas dos horitas escasas, fue fantástico. Muy, pero que muy divertido. Como cosas curiosas y que yo no sabía, deciros que los trajes de neopreno no son impermeables y que el bote tiene todo el suelo agujereado (cosa que al principio me sorprendió enormemente y a la que luego le vi la lógica al comprobar la cantidad de agua que entraba en el bote y que si no hubiera salido por los susodichos agujeros, nos hubiera hecho hundir).

Me sorprendió también la corriente del río, ¿cómo es posible que el agua que circula en una dirección pueda provocar olas en la contraria? (y eso que las corrientes laminares y turbulentas las había estudiado en la carrera, pero una cosa son las fórmulas y otra verlo con los propios ojos).

Durante el descenso, hice otra cosa que no había hecho antes: bañarme en un río. Las aguas estaban heladas, pero fue divertido. La subida de nuevo al bote con la ayuda de los compañeros, que si no, todavía estaría en remojo.

Una cosa complicada fue la coordinación del equipo. Como yo iba en primera fila, me debía coordinar con la otra capitana, y así lo hice. Los de detrás debían coordinarse con la persona situada delante suyo. El resultado fue un desastre, cada dos por tres me daba con la pala del de atrás. Aun así, la cosa no debe ser tan difícil, porque con las indicaciones del monitor únicamente nos comimos una roca (y no fue muy grave) y no volcamos. También me pareció difícil conseguir salpicar a los del bote del lado con la pala. No conseguía levantar agua a más de 5 cm de la superficie, y eso con un gran esfuerzo. Los de la otra barca, en cambio, me ducharon pero que bien duchada.

Después del rafting, duchita, comida y viaje de vuelta por un camino alternativo, sin curvas y más rápido, pero que no detallo porque casi llego a las manos con la copiloto. Cuando en un momento de nuestra acalorada conversación me dijo “mira rica...” y noté que yo la había agarrado del brazo y le respondía “mira, lo de rica sobra...” de poco me da algo. Yo que pensé que ya era capaz de mantenerme fría en cualquier situación y allí estaba, perdiendo los nervios...


En resumen, el descenso fantástico, pero mi recomendación es ir todo un fin de semana para amortizar las 6 horas de viaje.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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