10.10.06

El Clan Thermomix


Desde que he vuelto de vacaciones, me he enterado que cinco amigos (2 chicos, 3 chicas) disponen de Thermomix, "el robot cocinador, que prepara los platillos más exquisitos con el mínimo esfuerzo".

Ninguno de mis amigos ha desembolsado un duro por tan codiciado aparato, cuatro lo han recibido como regalo y el quinto lo tomó prestado de sus padres, con la excusa de que vivía solo y así comería mejor.

La primera vez que oí hablar de la Thermomix fue hace más de 10 años. Una compañera de trabajo la tenía y cantaba sus maravillas. Su madre la había utilizado desde siempre y, según ella, aunque era muy cara, era una inversión sin la que no se podía estar. Nos preparó una crema de calabacín (que a mí me sale igual de buena con las ollas tradicionales y el minipimer) y no recuerdo si algo más, pero nada espectacular.

Dejé ese trabajo y no volví a oír hablar de la Thermomix hasta hace un par de años, en que otra compañera de trabajo nos trajo una coca hecha con el aparatillo de turno (vamos, mezclados los ingredientes, porque el horneado iba aparte). Según ella, había hecho un sin-número de intentos hasta que consiguió que le saliera una coca en condiciones (muy buena, pero igual que la que yo hacía con 15 años, cuando todavía cocinaba repostería, y por supuesto, también con el minipimer).

El último platillo preparado en la Thermomix que he probado era una fondue, y la gracia que tenía es que estaba servida en un pan de payés (y como no, las fondues yo también las preparaba, no con el minipimer, sino con una fondue eléctrica, que no sólo te la cocinaba, sino que te la mantenía caliente y en su punto mientras dabas cuenta de ella).

En fin, a pesar de que la gente que la tiene habla de ella como la compra del siglo (los más convencidos incluso parecen de una secta en posesión de la verdad absoluta: con la Thermomix estoy comprando tiempo para mí), desembolsar más de 1.000 euros por un cacharro para cocinar me parece excesivo. Eso sí, he de reconocer que la cocina no es lo mío.

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