26.8.08

Viajando ligero

Ayer volví de mis vacaciones en Namibia. Han sido unas vacaciones estupendas y altamente instructivas a nivel personal.

Este año conseguí apañar una mochila de sólo 15 kg para los 20 días de viaje (hay que tener en cuenta que íbamos de acampada y que en Namibia ahora las noches son frías, porque en agosto es invierno). Como el viaje hasta Windhoek, la capital, tenía 2 escalas y duraba más de 24 horas, una muda en el equipaje de mano. Mi mochila fue la única del grupo que no llegó en nuestro mismo vuelo. Un pequeño contratiempo, pensé yo. Mañana llegará.

El problema era que únicamente sabíamos dónde íbamos a pasar la primera noche, puesto que al ir en tienda de campaña, teníamos previsto acampar donde nos viniera bien, en función de lo que avanzáramos cada día según una ruta más o menos planificada. Con la esperanza de una pronta recuperación de mis pertenencias, compré algunas cosas básicas (esterilla, toallas y cubiertos), pero debido a la premura de tiempo, no fui capaz de encontrar algo de ropa que me fuera bien. Una vez salimos de la capital, ya ni siquiera encontré tiendas donde vendieran algo básico como unas bragas. En un camping, conseguí comprarme una camiseta y la gente del grupo me iba dejando las zapatillas de la ducha, el jabón de lavar la ropa y el gel.

A la semana de estar con un solo pantalón (que se me había roto por el culo en una de las visitas), un polar, tres camisetas, dos tangas, dos pares de calcetines y dos sujetadores, llegamos a la siguiente ciudad importante de Namibia, Swakopmund. Conforme nos acercábamos a la ciudad, yo iba cayendo en picado. Contactar con el aeropuerto se había convertido en una tarea imposible, y cuando lo conseguía, me decían que no encontraban mi reclamación y que ya me llamarían en unos minutos cuando la encontraran (todavía sigo esperando a que llamen). Al llegar a la ciudad, sobre las 5 de la tarde, perdí toda esperanza de volver a recuperar la mochila antes de regresar. Hicimos el chek-in en el albergue, y salí disparada a comprar. Las tiendas de ropa habían cerrado, las lágrimas casi se me salían de los ojos, pero conseguí reunir las fuerzas suficientes para preguntar a una señora que parecía local sobre dónde comprar ropa. Por suerte para mí, las grandes superficies abrían hasta las 19:30, así que todavía me quedaba más de una hora para proveerme de lo que necesitaba.

Me compré unos pantalones, una camiseta de manga larga, otro tanga, unas zapatillas para el baño, jabones y cremas varias. Al salir de la tienda era otra persona y había recuperado la sonrisa. A los dos días finalicé mis compras con una bolsa de deporte donde poner todas mis pertenencias y con dos pares más de calcetines.

Y así he pasado todas las vacaciones, aprendiendo a pedir cuando me faltaba algo, recordando lo que llevaba en la maleta cuando alguien pedía algo fuera de lo normal (en mi mochila yo lo tenía). Espero que en el próximo viaje mi maleta pueda bajar de los 10 kg y en el equipaje de mano de ahora en adelante, dos mudas.

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